Animalidad

"Hacia el final del seminario, se anuda la problemática del dominio y la animalidad desde una imagen que es todo un cuadro político: la escena narrada por Ellenberger, citando a Loisel, en la que el más grande de los reyes, Luis XIV, observa mayestáticamente la disección del más grande de los animales, un paquidermo: "Imaginen bien, figúrense, represéntense –porque todo esto es una representación–, represéntense a la enorme, pesada y pobre bestia, muerta o asesinada vaya a saber cómo, arrastrada no se sabe desde dónde, de lado o de espaldas, hasta una sala solemne, una bestia sin duda ensangrentada, en medio de médicos, cirujanos u otros carniceros armados, impacientes por mostrar lo que saben hacer pero igual de impacientes por ver y por dar a ver lo que iban a ver, temblorosos del deseo de practicar la autopsia, dispuestos a afanarse, a meter la mano, el escalpelo, el hacha o el cuchillo en un gran cuerpo sin defensa" (p.335). El soberano que observa al animal muerto: el dominio del saber-ver que es un poder sobre el otro, y una posibilidad de disponer del otro. La escena de la autopsia es la de una autóptica: hay un ver al animal (el viviente muerto) en esa condición de objeto disponible, un poner "en escena", a la luz, a la vista de todos, aprovechable para la curiositas, al animal.



La escena, la terrible escena del cuerpo a cuerpo de la bestia y el soberano se repite día a día, ya que el animal no está en otra condición frente al humano que en esta: objeto de saber, objeto de poder, objeto disponible para las necesidades humanas (de alimento, de vestimenta, y hasta de afecto). La casa de fieras del rey-sol (la ménagerie) en la que transcurre esta autopsia se transformó, con la revolución, en el zoológico: el lugar en el que el animal se encuentra disponible para la curiosidad del humano. Derrida destaca de qué manera en el siglo XIX los zoológicos y los manicomios armaron un ecosistema que implicaba "una mejor forma de vida" para animales y enfermos mentales desde el encierro, desde la limitación de sus movimientos y desplazamientos. Una suerte de cura que necesita encerrar, una "extraña y equívoca ecología que consiste en ex-propiar al otro, en apropiarse de él privándolo de lo que se supone que le es propio, su propio lugar, su propio hábitat". Todo en nombre de un "tratamiento" que supone un trato del otro en términos de disponer de su espacio y de su tiempo, limitándolo a formas diversas del encierro, para "curarlo". Los modos de la cría, la caza, la domesticación, el amaestramiento permiten colocar al viviente animal bajo la ley de la casa: el animal deviene así objeto de la "ipseidad" (el sí mismo) que se "apropia" según su ley de la vida del otro. "

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