Dudas, en primer lugar ; de esas que ocupan más espacio
que el deseo mismo. Divagues constantes sobre el mismo
tema, y esa irremediable sensación de no haber sido lo su-
ficientemente decidido como para abarcar en un solo instan-
te, lo efímero y pretencioso del momento.
Discusión absurda entre lo que fue y lo que no tendría que
haber pasado ; estéril pantano de reproches, acercándonos
con la misma intensidad que supimos alejarnos ese día en que
todo sucedió de maravillas. Inconcluso, por supuesto, como
todo lo que alguna vez emprendimos.
Dedos que aprendían a entrelazarse, y las manos fundiéndose
en una sola ; ese espacio destinado a cobijar lo pueril de nuestra
descendencia y lo vano de nuestro destino. Durante dos segundos,
quizás algunos más ( uno nunca sabe ), dividieronse los caminos.
Al lado del tuyo, lo nuestro. Al lado mio, lo ajeno.
Diferente, si es cuestión de apresurarse, es la estación a la que
uno va cuando el boleto lo ha comprado el otro. Diverso es el
ritual de la despedida: dos besos, correctamente enmarcados
en nuestros rostros, y luego, el mismo discurso vacío. Debemos
explicarles a los demás. Dormimos, mientras tanto.