Una mañana más. Desayuno. Ser civilizadamente higienico. Comenzar el día, bah. Colectivo, practicamente puntual, atendiendo a mi pretensión. Un viaje normal, hasta que cierto sujeto racional (a saber, el colectivero) tuvo la mala idea de cruzarse en el camino de cierto sujeto cavernicola (a saber, conductor de combi infantil). Discusión filosofica ; en realidad monologo de una de las partes. Pasaje alborotado por la situación. Biromes insulsas anotando en papeles insulsos el numero de la patente. ¿Palpito quinielero o vocación ciudadana + denuncia? Vaya uno a saber. Lo anoté, pero para saber a quien no me tengo que cruzar en un dia de furia.
Oftalmologa. Burocracia de mutual. Papeleo concluido. "Tomá asiento que tengo que colocarte unas gotitas", pronuncia la secretaria. Ya el uso del diminutivo, me hizo imaginar que era inversamente proporcional al ardor de esas "gotitas" en mis ojos. Y con mis ojos hay todo un tema. Creo que son mas sensibles que toda mi genitalidad junta. Tal vez por eso, los lentes a modo de barrera profilactica, me alejan del resto del mundo. Y sí, mis dos faroles son caprichosos, timidos y reacios al contacto con lo ajeno. Quizas eso explique mi abono a la miopia, pero bueno, esa no es la cuestión. Un tiempo prudencial ha pasado, y entro triunfalmente al consultorio. Aparentemente la dilatación de mis pupilas es la esperada. Comienza el estudio. Desnudo mis ojos, y timidamente los someto a la luz que desde algun rincon los encandila. Son obligados a mirar en multiples direcciones, mientras esa luz, potenciada por lo cristalino del momento, los señala casi como un dedo acusador. Y todo es parte de un trip lisergico. Lucecitas de colores que no existen, pero están. Concluye la función, y quedo omnubilado. Hello sunshine. Llego a la calle, a la vereda con sus luces. Y el Sol, como en su rincon, sigue condenando a mis ojos. Las pupilas siguen dilatadas. Un hibrido entre zombie y gatito de Shrek, describiria perfectamente mi situación facial. La mañana , sin embargo, propicia una caminata para la vuelta a casa. Y asi sucede. Elijo un camino sin complicaciones; la vista todavia es precaria. Avenida, camino seguro. Los comerciantes, comercian. Los jubilados, en su cola eterna, jubilean. Y yo disimulo mi momentanea ceguera, mirando para abajo, contando las baldosas. Pasan unos minutos, y llego a casa, o ella se acerca a mi. Nunca se sabe. La curiosidad puede más y la foto que por algun lado está, nace. La cámara sin flash. Mis pupilas, lejanas y cansadas, agradecen el trato.
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