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Si de algo estoy seguro, es de que durante las ultimas semanas, la discusión por el matrimonio igualitario y su consagración legislativa fueron uno de los temás en los que más palabras se invirtieron. A continuación, transcribo fragmentos de un articulo de Alfredo Bullard, abogado español, en el que se ofrece una interesante perspectiva acerca de las implicancias economicas que representa la trascendente decisión dada en el marco de nuesto Congreso Nacional:

"[...]Si dos personas, libres de coacción y adecuadamente informadas, contratan para obtener cada uno algo del otro, en principio podemos asumir que ambos mejorarán y que nadie más empeorará. O dicho de otra manera: si yo valoro una casa en 1,000 y su propietario en 800, mejoraremos ambos si le compro la casa. Si pactamos a un precio de 850, el propietario ganó 50 (me quedo con 850 en lugar de una casa que valoraba en 800) y yo como comprador gané 150 (adquirí por 850 algo que valoro en 1,000). La sociedad ganó en total 200 (los 150 del comprador, más los 50 que ganó el vendedor). Ello siempre que no existan externalidades, es decir que el acuerdo no genere costos relevantes a personas distintas a las que contratan. Si el contrato no tiene efectos para terceros, es decir nadie se ve afectado por mi compra; entonces, la sociedad está mejor.

Cuando uno consagra la libre contratación, cada uno de estos millones de contratos mejora, por regla general, la situación de los contratantes y no perjudican de manera relevante a nadie. El resultado es que la sociedad se va moviendo hacia un mayor bienestar.

Si uno traslada este mismo concepto de libre contratación a otros ámbitos, puede ver un efecto similar. Si las personas contraen matrimonio libremente es porque asumimos que la esposa y su marido mejoran ambos (al menos eso creen en un inicio) y no hay efectos relevantes para terceros. Confiamos en que su criterio para casarse los conduce a un mayor bienestar y con ello aumenta el bienestar general. Creen que deberes como la fidelidad, el compartir patrimonialmente los costos y beneficios de la convivencia, entre otras razones, los conducen a una mejor situación.

Si la regla funciona para parejas heterosexuales, la pregunta es por qué no funcionaría para parejas homosexuales. No estamos diciendo que el matrimonio es necesario para ser feliz. Solo estamos diciendo que el matrimonio puede ser necesario para que algunas personas (quienes deseen casarse) sean felices (o al menos tengan la oportunidad de buscar lo que ellos consideran su felicidad). Si una pareja de diferente sexo encuentra en vincularse legalmente para el futuro, y generar deberes patrimoniales y no patrimoniales entre ellos, un camino para vivir mejor, entonces no hay razón aparente para impedir que ejerzan esa opción libremente. Entonces, ¿por qué prohibirla a personas del mismo sexo que ven en ese tipo de acuerdos también su posibilidad de realización personal?

[...]Si dos personas del mismo sexo realmente quieren casarse y ven en ello la posibilidad de realizar su vida, prohibirlo puede ser una frustración de sus aspiraciones. Pero los intolerantes pueden resolver el problema de la externalidad de manera más sencilla: simplemente volviéndose más tolerantes. Como bien dice Guido Calabresi, a veces la ley nos obliga a ser tolerantes con ideas o formas de vida que no nos gustan y nos dice que si algo nos molesta, mejor miremos para otro lado.

Una sociedad más tolerante es una sociedad que acepta lo que otros consideran su camino para llegar a la felicidad. Negarlo es negar la felicidad ajena, o en todo el caso el derecho a intentar ser felices. La única regla admisible para limitar ese derecho la enunció John Stuart Mill hace ya mucho tiempo: no causar daño a otro. Mientras que lo que haces para ser feliz no me dañe de manera ilegítima, debo respetarlo. Y cuando la intolerancia frustra a otros su camino a la felicidad, el daño lo causa la intolerancia, no la libertad."
 
Articulo completo en Prohibido Prohibir

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